¿Y, después, qué?
Todo había estado
bien.
Se había dado el
examen final. Ya se habían cumplido los 45 minutos. Le tocaba el turno al
siguiente grupo de 3 que entraba a dar sus respectivos 45. Los nuestros, los
del primer grupo, de esa tanda ya estábamos listos. A lo que habíamos ido. Todo
podía haber sido mejor, o peor. Pero ya todo eso era historia. Ya las
circunstancias habían cambiado.
Al salir de la Universidad en esa
mañana, cerca de las 10, ya todo era distinto. Se podía mirar el frente de la Universidad , y ahora,
ya todo era material de archivo de la historia personal. Esa fue la sensación
que se experimentaba. Correspondía, independientemente de los resultados y de
las calificaciones, esperar dos o tres días más para saber en qué había parado
todo y cómo. Quedaba la sensación de triunfo, a pesar de todo. Algo daba la
seguridad de haberlo superado todo.
Quedaba, sin
embargo, una sensación de vacío. Ya todo estaba cumplido, y la pregunta era: “¿Y, ahora, qué?”; como queriendo decir,
¿y, ahora, qué hago, si ya no tengo nada qué hacer, porque ya se había llegado
a la meta y se había conseguido el objetivo? En cuanto a los estudios se
refería, por supuesto, porque la vida continuaba.
En los días
inmediatos se vacacionó un poco y se hizo algo de turismo, por aquí y por allá.
Los resultados
académicos habían sido muy satisfactorios. Las noticias muy buenas. Ahora, a
estrechar manos a unos y a otros, y a desearse suerte y éxitos, y cada cual a
lo suyo. Ciertamente, se trataba de una añadidura. Se trataba del trabajo del
tiempo que va madurando todo, también lo aprendido y asimilado en las aulas de la Gregoriana. Y había
que dejar que todo siguiera su curso. Algunos seguirían en la investigación
teológica; otros se quedarían con lo que ya, porque eso era todo. Pero “cada uno, con su cadaunada”, como dice
el refrán español.
Algunos se habían
dedicado en continuar su formación intelectual, que, de hecho, nunca tiene fin,
porque así es la vida. Se vive aprendiendo de todo y de todos, en una apertura
constante en la búsqueda y el encuentro. Éstos daban sus aportes.
Se trataba de aplicación y dedicación, pero con
la ventaja de no tener que dar ni rendir exámenes al respecto, sino de ir
escalando en la certeza de la fe de la Iglesia , para mantenerse activamente vivo en la
comprensión de la cruz de Cristo, de la que la nuestra es un reflejo y
realización, en clave de resurrección, como experiencia de fe en Dios (Padre,
Hijo y Espíritu Santo) en una unidad misteriosa, siempre en beneficio del
hombre, del que Dios, por amor creó y después redimió, en la muerte de su Hijo,
para volver a llevar al hombre a la experiencia de su gracia. Ya que, si no se
tiene claro que la muerte de Jesús, el Hijo, en la cruz, no se entiende sino es
en dimensión de fe y de revelación.
En los años
siguientes, marcados y seguros por esa experiencia de la certeza del dogma, y
con las inclinaciones de la búsqueda, el estudio dio sus resultados en la
publicación de algunos libros, siempre en la misma línea.
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