viernes, 8 de abril de 2016

¿Y, después, qué?..(El Cristo que he buscado)...

¿Y, después, qué?



Todo había estado bien.
Se había dado el examen final. Ya se habían cumplido los 45 minutos. Le tocaba el turno al siguiente grupo de 3 que entraba a dar sus respectivos 45. Los nuestros, los del primer grupo, de esa tanda ya estábamos listos. A lo que habíamos ido. Todo podía haber sido mejor, o peor. Pero ya todo eso era historia. Ya las circunstancias habían cambiado.
Al salir de la Universidad en esa mañana, cerca de las 10, ya todo era distinto. Se podía mirar el frente de la Universidad, y ahora, ya todo era material de archivo de la historia personal. Esa fue la sensación que se experimentaba. Correspondía, independientemente de los resultados y de las calificaciones, esperar dos o tres días más para saber en qué había parado todo y cómo. Quedaba la sensación de triunfo, a pesar de todo. Algo daba la seguridad de haberlo superado todo.
Quedaba, sin embargo, una sensación de vacío. Ya todo estaba cumplido, y la pregunta era: “¿Y, ahora, qué?”; como queriendo decir, ¿y, ahora, qué hago, si ya no tengo nada qué hacer, porque ya se había llegado a la meta y se había conseguido el objetivo? En cuanto a los estudios se refería, por supuesto, porque la vida continuaba.
En los días inmediatos se vacacionó un poco y se hizo algo de turismo, por aquí y por allá.
Los resultados académicos habían sido muy satisfactorios. Las noticias muy buenas. Ahora, a estrechar manos a unos y a otros, y a desearse suerte y éxitos, y cada cual a lo suyo. Ciertamente, se trataba de una añadidura. Se trataba del trabajo del tiempo que va madurando todo, también lo aprendido y asimilado en las aulas de la Gregoriana. Y había que dejar que todo siguiera su curso. Algunos seguirían en la investigación teológica; otros se quedarían con lo que ya, porque eso era todo. Pero “cada uno, con su cadaunada”, como dice el refrán español.
Algunos se habían dedicado en continuar su formación intelectual, que, de hecho, nunca tiene fin, porque así es la vida. Se vive aprendiendo de todo y de todos, en una apertura constante en la búsqueda y el encuentro. Éstos daban sus aportes.
Se trataba de aplicación y dedicación, pero con la ventaja de no tener que dar ni rendir exámenes al respecto, sino de ir escalando en la certeza de la fe de la Iglesia, para mantenerse activamente vivo en la comprensión de la cruz de Cristo, de la que la nuestra es un reflejo y realización, en clave de resurrección, como experiencia de fe en Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) en una unidad misteriosa, siempre en beneficio del hombre, del que Dios, por amor creó y después redimió, en la muerte de su Hijo, para volver a llevar al hombre a la experiencia de su gracia. Ya que, si no se tiene claro que la muerte de Jesús, el Hijo, en la cruz, no se entiende sino es en dimensión de fe y de revelación.
En los años siguientes, marcados y seguros por esa experiencia de la certeza del dogma, y con las inclinaciones de la búsqueda, el estudio dio sus resultados en la publicación de algunos libros, siempre en la misma línea.

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