El retiro espiritual de esa experiencia
Cada año, como era lógico, se iniciaba el año académico con el Retiro
Espiritual. Ese año fue dirigido por el propio Rector del Colegio Pío
Latinoamericano. El sitio había sido en la localidad de Monte Sacro, un barrio
en la misma Roma. Y se trataba de casualidades, ya que en como se dice en la
historia, fue en el Monte Sacro, donde Simón Bolívar había hecho el juramento
de libertar la América
oprimida por el yugo español (15 de agosto de 1805). Con esa idea se había ido
muy atento de descubrir algo que diera la referencia de tal juramento en tal
lugar de Roma, pero no había ni uno, ni otro. Solo era (es) una localidad o
barrio de Roma, y es una colina de Roma que se levanta sobre la ribera derecha
del río Aniene, tres millas al nororiente del Capitolio.
El director del Retiro había entregado una hoja, como ayuda para la
reflexión personal. Decía:
Peligros de los
siete mares
(Hugo Wast):
Todo
sacerdote joven me parece un buque que parte por primera vez hacia alta mar.
Todo
sacerdote viejo me parece un buque que va llegando al puerto.
Me he
cruzado en el mar, en uno de los siete mares del mundo, con dos
buques, uno viejo y otro nuevo.
No sé por
qué razones siempre que veo un buque viejo me pongo a imaginar las aventuras,
los peligros, las tormentas que ha pasado; y delante de uno nuevo, todo lo que
le aguarda.
Me he
cruzado con dos, el uno viejo y el otro nuevo.
El viejo
iba llegando al puerto, con su casco despintado, sus velas en jirones, sus
masteleros en astillas, pero con su proa tajante y su timón obediente y firme,
de modo que se mantenía en la buena ruta.
El otro
recién botado al agua, navegaba hacia alta mar, relumbrante, con su arboladura
nueva, sus cuerdas blancas, sus velas sonoras y al viento, que le daba en el
costado. El agua hervía en espuma, bajo su quilla que abría un profundo surco
en las olas.
Todo le
sonreía, el sol, el cielo, la brisa, que cantaba en sus obenques, las ligeras
nubes que le daban sombra, los delfines que danzaban a su alrededor y las
gaviotas que se posaban en sus jarcias. Y él avanzaba libre y ufano, hacia los
misterios del primero de los siete mares, seguro de sus lonas, de sus maderas y
de sus forros de cobre y de su timón nuevo.
Y yo rogué
por él, que antes de llegar al puerto tenía que humillar la
soberbia en el Atlántico, cerrar los ojos
y oídos a los espejismos y a los cantos de las sirenas en el Mediterráneo; dominar la ira en el Rojo;
sobreponerse a la gula en el Índico;
desafiar los tifones de la envidia en el Mar de la China ; despreciar las mordeduras de la
avaricia en el Pacífico; luchar
contra el frío del alma en el Ártico; y vencer la pereza en el Mar de
Sargazos, que más que un mar es la plaga
de todos los mares.
Cuando veo
un sacerdote viejo, deslucido en su traje y en su palabra, distraído como quien
tiene el corazón en otra parte, sordo a los rumores de la tierra y atento a las
voces que le hablan en sueños como a Samuel, pienso que invita a cantar un Te Deum, porque es un navío que ha
pasado ya las tormentas de los siete mares.
Cuando veo
uno joven, que emprende su periplo, impaciente de surcar los océanos, con
demasiada confianza en la altura de sus mástiles y en lo pulido de sus cascos y
en la gallardía de sus lonas; que mira poco el cielo para orientar su rumbo y
mucho las máquinas que fabrican los hombres, tengo miedo por él.
Y más si
es artista; y mucho más si es elocuente; y muchísimo más si es ingenuo y ama el
ruido, y cree que le falta tiempo y puede dejar hoy esta rúbrica, mañana este
rezo, después esta meditación, ser impuntual en la hora de su Misa; ser
distraído en su breviario.
¡Ay!
¡Cuántos mares y cuántos escollos delante de su proa y qué lejos el puerto!
Llegará,
sin duda, si deja de mirar la brújula de los hombres y levanta el corazón hasta
la Estrella
de la Mañana.
Llamamos
así a la Virgen ,
pero es también una de las más preciosas advocaciones de Jesús, que dice de Sí
Mismo en el último capítulo del Apocalipsis: “Yo Soy Jesús, la espléndida y
luminosa Estrella de la Mañana ” (las
negrillas son mías, para resaltar el contenido).
Terminado el retiro espiritual de ese año, todo comenzaba a comenzar,
sumándose a la llamada “experiencia
romana”, a la que había que añadir un itañolo (un italiano, más español que
italiano), una adaptación horaria de seis horas de diferencia, lo que hacía un
poco pesado los primeros días, y otros pocos más de elementos de adaptación y
de reacomodo necesarios para darle sentido a los dos años que duraría todo lo
que ya se había comenzado, y que no dejaba de ser más que simple añadidura. Hay
un refrán que dice, al respecto, que “sarna
con gusto, no pica; y si pica, no mortifica”. Ahora, se trataba de echar
uña…(véase la novela “Los Dos”,
escrita por ese mismo tiempo).
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