viernes, 8 de abril de 2016

La especialización... (El Cristo que he buscado)...

La especialización


Los que tuvieron la inquietud de continuar estudiando y, por supuesto, la oportunidad de hacerlo de manera más profunda, salieron a universidades de prestigio y especializadas en las respectivas materias. Los que aspiraban una mayor fundamentación teológica buscaron las maneras de que se les presentaran las oportunidades. Algunos las desaprovecharon. A otros, no se les presentaron ni las buscaron, tal vez, por tener aspiraciones intelectuales, o porque comprendían que todo a partir de lo que ya tenían y eran (consagrados sacerdotes) era más que suficiente, y todo lo demás, pues simple añadidura, como lo era y es.
El caso es que los que quisieron y pudieron salieron a estudiar. Cada uno en la preferencia y gusto de la materia que le había marcado en algo mientras se estudiaba lo fundamental en la teología. Algunos irían a estudiar Teología Moral, otros, irían inclusive a estudiar filosofía; algún otro, historia de la Iglesia; otro, liturgia y, otros, teología fundamental y otros teología dogmática, y otros teología bíblica. Otros irían a estudiar Derecho Canónico, que eran los que tenían alguna aspiración de llegar a Obispos y querían hacer carrera eclesiástica, por lo menos era lo se decía por esos entonces, aunque muchos, sin nada de eso, igualmente, llegaron. Tampoco era condición de peso para ello, pero en algo, parecía determinar.
La Teología Moral se perfilaba muy interesante por esos tiempos, sobre todo porque se estaba en discusión y en perfeccionamiento de todos los procedimientos científicos de la fecundación in Vitro, lo de la inseminación artificial, y todo lo que tenía que ver con los grandes adelantos sobre la genética. Y se discutía lo ético de esos procedimientos, que era tarea de la filosofía (a partir de la razón sobre lo que es bueno o malo para el hombre; racionalmente, sin fe), y lo moral (bueno o malo, desde la perspectiva de la Revelación de Dios, con el elemento fundamental de la fe) de toda esa vorágine científica en función del mejoramiento de la raza humana. Mucho tiempo después sucedía la clonación de la oveja Dolly, en el año 1997. Se perfilaba, entonces, en la teología moral lo bueno y lo malo de todas esas posibilidades, y se insistía en lo pernicioso que pudiese ser para el género humano; pues, por sobre todo, se insistía en la dignidad de la persona humana, como “imagen y semejanza de Dios”, y a la que no era posible manipular, bajo ningún pretexto. Se insistía en el lado opuesto en que era necesario mejorar la raza humana, y que para ello, se presentaba como un imperativo científico el poder manipular genéticamente para eliminar enfermedades y prevenir algunos padecimientos. Entonces, la Teología Moral, se asomaba como una materia muy importante de estudio. Se trataba, y se trata, de precisar qué cosa es buena y qué cosa es mala, según la Revelación, desde la fe. Es decir, qué cosa es pecado, y no está permitido, porque es moralmente malo, al ir contra la voluntad de Dios.
Se trataba de una aplicación práctica de la teología como tal. Ya que la teología se divide en tres grandes bloques o grupos[1]: el primer grupo: histórico-bíblico; el segundo grupo: sistemático; y el tercer grupo: práctico. El gruó histórico-bíblico se subdivide en Ciencia bíblica (estudia la Sagrada Escritura, en sus testimonios, historia y contenido de la Revelación (libros canónicos, Exégesis, Teología Bíblica) e Historia de la Iglesia (estudia la estructuración de la palabra de Dios en el transcurso de los siglos); y finalmente, en Teología Dogmática con la Mística; y en Teología Moral con la Ascética. La teología dogmática expone de una forma sistemática las realidades reveladas en la Palabra de Dios, marchando siempre acorde con las enseñanzas de la Iglesia. La teología Moral da las normas de obrar, de acuerdo con la revelación divina.
El tercer grupo, el de las asignaturas prácticas, se subdivide en Liturgia, Derecho Canónico y Teología Pastoral. Los tres grupos presuponen la Teología Fundamental (Apologética), que es la que enseña la realidad de la Revelación, probando así la racionalidad de la fe.
En cierta manera el precisar y tener bien en claro la teología dogmática es dominar de manera inmediata y lógica todo lo que comprende y abarca la teología moral. Porque se trata de la Revelación y del intento de comprenderlo, de donde se desprende todo, en función del hombre, como la máxima perfección de la creación, o como se dice en teología moral, “la corona de la creación”.
La liturgia, por otra parte, era vista como el estudio de las rúbricas y comportamientos a la hora de la celebración de la liturgia. Se trataba de qué forma y cómo y cuándo se puede y se debe celebrar esto o aquello. Qué está permitido y qué no en las rúbricas a la hora del rito de la celebración. Se veía como el ritualismo como tal. Y aquello parecía por de más de latoso. Sin embargo, algunos optarían por especializarse en esta rama. Aunque, después de la comprensión y asimilación de la verdadera teología, llevaría a comprender que la auténtica liturgia, no es más que pura teología. Y que teología es liturgia pura, en su sentido auténtico; y, que liturgia no es más que la exaltación gozosa de la teología en su plena comprensión. Nada tiene que ver con ritualismo, que sería un empobrecimiento de la liturgia y de la teología al mismo tiempo.
Cada materia o especialización tenía y tiene, igualmente, sus propias subdivisiones. Los que irían (y fueron) a especializarse irían por una de las divisiones generales, pero se dedicarían exclusivamente a un tema en concreto, de las muchas ramas que tiene cada especialización.
Los que se irían por “Teología Dogmática”, tendrían que escoger o “Teología Fundamental”, como un derivado de la misma teología, o “Teología Dogmática”, propiamente dicha. En el caso de escoger por la Fundamental había que tener muy buena fundamentación en la filosofía, porque se trata de llegar desde el hombre hasta Dios, y buscar esa relación maravillosa entre Criatura y Creador. Se trata de estudiar un poco a San Agustín, y mucho a Santo Tomás de Aquino en el estudio de su Summa Teologiae. Es entrar en la división de la razón y de la fe, y buscar desde la razón la explicación de los fundamentos de la fe. Era y es tener una mente aguda y escudriñadora para desde la razón comprender las verdades de la fe. Especial para mentes muy profundas y agudas para utilizar los sofismas aristotélicos en la lógica filosófica. Era y es ser un amante de las analogías para desde la comparación de la criatura, llegar al Creador, pero con la fidelidad de la razón en la firmeza de la fe. Eso suponía y supone un gran soporte en la fe y en los dogmas de la Iglesia, para evitar grandes errores de aplicación, primero, y de interpretación, después. Es la tarea propia de la apologética (la defensa de la fe). Mucho tiempo después el Papa Juan Pablo II publicaba una Encíclica en donde trata, justamente, estas dimensiones y fronteras, en la Encíclica Fides et ratio, en el año 1998, y de la que se puede entresacar la enseñanza, de que, “La fe y la razón (Fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo (cfr. Ex 33, 18; Sal 27 [26], 8-9; 63 [62], 2-3; Jn 14, 8; 1 Jn 3, 2)”.
 Los que optaran por “la Teología Fundamental”, tenían y tienen que estar imbuidos de mucha cultura. Haber leído mucho y estar atentos al espíritu de los grandes aportes del arte en todas sus manifestaciones. Tenía y tiene que ser un amante de la pintura, y un enamorado de la música, sobre todo en sus respectivos momentos históricos culturales. Ser conocedor de muchos filósofos, sobre todo desde el post-modernismo, como desde un Humberto Ecco, con su obra “En el nombre de la Rosa”, por ejemplo. Estar abierto a la riqueza de la poesía y de los grandes poetas con su mucha profundidad, a pesar de todos los recovecos intrincados de sus interiorizaciones, y saberlos entender e interpretar, primero para encontrar en sí mismo la novedad del paso nuevo a nivel personal, y, después en relacionarlos con cada época, situación y circunstancia de la historia individual del escritor y de su entorno. Ser místico al estar y ser sensible a la apertura; y ser intelectual para dar el paso de la relación con la cultura en el afán de la búsqueda eterna del sentido de la vida. Y tener una sólida fe para vivir eternamente enamorado de esa misma experiencia que lo llevará a no estar nunca estancado, ni a estar satisfecho por los hallazgos interiores que él mismo tiene que ir encontrando. En fin, una tarea constante y nada fácil, en caso de optar por dedicarse a la gran riqueza que supone y es la “Teología Fundamental”, que requiere la firmeza, por otra parte, de una auténtica “Teología Dogmática”.
Optar por la “Teología Dogmática”, por otro lado, requería tener muy buenas bases en su formación en el Seminario, fruto de buenos profesores, y fruto también de su inquietud personal para ahondar y enraizar profundamente los conocimientos. La ventaja de la Dogmática era y es en que daría una formación sólida sobre la fe y el credo de la Iglesia.
En caso de preferir la “Teología Dogmática”, como escogencia, tenía algunas opciones para su preparación, como la “Eclesiología” (el estudio de la Iglesia), “Misionología”, “Espiritualidad”, y, hasta la misma “Cristología”, entre otras de las muchas que tiene la Teología. Todas ellas dentro de la especialidad de la “Teología Dogmática”, pero con objetivos más concretos, sobre todo a la hora de preparar la tesis que le permitiera ser acreedores de la licenciatura en Teología Dogmática.
Optar por Teología Dogmática, mención Cristología, era llegar al centro del centro mismo de todo posible estudio de profundización del cristianismo y de la fe. Era lo máximo.



[1] Cfr. Michael Schmaus, Teología Dogmática, I, La Trinidad de Dios, Unidad y división de la Teología, pp. 66-68.

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