“Crecía en sabiduría, en estatura y en gracia
ante Dios y ante los hombres”
(Lc. 2, 52)
Una de las noticias que había llamado la atención a la llegada a la Residencia , había sido,
que dos o tres estudiantes se habían ido de regreso a sus países sin dar el
examen final que los acreditaría como licenciados, egresados de la Pontificia Universidad
Gregoriana de Roma. Habían hecho todas las materias. Habían presentado la
tesina que los facultaba para el examen final, pero no se habían atrevido a dar
esa prueba de fuego. Se trataba de una escalada en sumatoria: primero había que
dar la puntuación suficiente en todas las materias, que le abrían las puertas
para realizar el trabajo de investigación escrita (tesina). Después, en la suma
positiva de esos dos escalones superados, se aspiraba legalmente a dar el
tercer y definitivo paso, que era pasar por cuarenta y cinco minutos por tres
profesores, en turno de quince minutos con cada uno. Esos tres profesores
podían evaluar sobre cualquier tema de la teología, a pesar de que fueran especialistas
en una en particular. Pero se abrigaba la esperanza de que el examen fuera su
materia, de manera específica. Sólo dos o tres días antes del examen final se
sabía la tanda de los tres evaluadores que le corresponderían a cada alumno, la
hora, la fecha y el número de salón. Esperar esa información era una tortura.
La noticia de los que no habían dado el examen final había sido una
noticia bomba. Algunos consideraban que habían ido a perder el tiempo, porque
no habría un diploma o algo que los acreditara. Otros los consideraban como
faltos de seriedad. Pero había que experimentar lo que eso significaba, y eso
era un elemento más que se sumaba a la tan dicha y citada “experiencia romana”. Había que pasar por la presión de esos trances
para saborear lo amargo de esas etapas.
La otra posibilidad de tema para la tesina que diera opción a la
licenciatura era la afirmación del Evangelio de San Lucas 2, 52, donde el
evangelista apuntaba, que Jesús “Crecía
en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”,
después del acontecimiento del niño perdido y hallado en el templo. Ese tema
había sido de mucha discusión en los tiempos de Seminario, y no se había
quedado nada claro respecto a la afirmación y revelación del evangelista. Esa
afirmación daba para tener mucha tela que cortar.
Ante esa afirmación del evangelista se cuestionaban muchas cosas sobre
el conocimiento que pudiese tener Jesús sobre su misión. ¿Tenía, Jesús,
conocimiento de su misión y de su muerte en cruz? ¿Sabía Jesús que tenía que
morir en la cruz? ¿Cómo habría que ver la cruz y la muerte en ella, en la
perspectiva de la vida de Jesús? ¿Al decir del evangelista, que “Crecía en sabiduría, en estatura y en gracia
ante Dios y ante los hombres”, significaría que ese crecimiento implicaba
también una toma de conciencia en el tiempo, de su misión, sobre todo, de su
muerte en cruz? ¿Había en esa afirmación una separación de la naturaleza humana
y de la naturaleza divina; o por el contrario, también eso suponía un
crecimiento de su condición divina? Más aun, ¿sabía Jesús de Nazaret de su
filiación divina, o se fue dando cuenta de ello en el transcurso de los años,
por eso el evangelista estaba diciendo que “crecía”?
Muchos eran los cuestionamientos ante la sentencia de San Lucas. En el Seminario
no se había quedado claro. De manera, que estudiar y profundizar ese punto se
presentaba como obligación teológica. Había que hacerlo. Había que aclararlo.
Esa nueva posibilidad se mostraba atractiva.
Ya el tema de la imagen de Cristo que se transmitían en las películas
estaba descartado. No había material bibliográfico que ayudara a sustentar un
estudio, por lo menos, para una tesina de licenciatura. Se perfilaba como un
tema propio para una tesis de doctorado, en el sentido de que se podría hacer
un gran aporte y un gran descubrimiento para la comprensión que se pueda tener
a nivel masivo de un Cristo determinado. En eso consistía la diferencia entre
la licenciatura y el doctorado. Para la licenciatura había que hacer una
disertación sobre un tema específico, sobre todo, mostrar el manejo de las
herramientas bibliográficas existentes y señalar una particularidad, sin
ahondar demasiado; mientras que el doctorado era, y es, sobre un aporte nuevo y
único en el vasto mundo del saber teológico, que abriera nuevos horizontes y
puntos de vistas, no estudiados antes. Quizás ese tema era para un doctorado.
Una vez descartado el tema, había que escoger otro. Y el punto de la
conciencia de la filiación divina de Jesús de Nazaret, y del conocimiento de su
misión en su muerte en cruz, era un tema fascinante.
Había que tener en consideración que esa posibilidad quedaba abierta,
mucho más porque el texto de estudio que se había utilizado en el Seminario,
que era la cristología de Christian Duquoc, dejaba grandes lagunas al respecto.
Ya con las ideas, más o menos claras, se escogió a Jean Galot, entonces,
para la asesoría de la licenciatura.
Una vez que el tutor había aceptado, se le planteó el tema. Su respuesta
fue que el tema era muy complicado. Que se podía caer en grandes confusiones.
Que era mejor que se escogiera otro tema.
Esa doble respuesta abría más la confusión. Por un lado, aceptaba; pero,
por otro, sugería otro tema cualquiera. Volver a Jacques Dupuis, no cabía ni
como pensamiento; aunque, viendo la apertura de su cristología, tal vez,
hubiese aceptado el tema por ser un tema propio para abrir brecha y camino.
Pero, era mejor quedarse con la idea de que la nieve ya no era tan blanca ni
tan bonita, por lo menos en las ventanas del salón de esa mañana terrible.
No había otra que cambiar el tema. Había que buscarlo y precisarlo.
Después proponerlo y esperar lo que Dios quisiera, como se dice.
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