viernes, 8 de abril de 2016

“Crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc. 2, 52)... (El Cristo que he buscado)...

“Crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”

(Lc. 2, 52)


Una de las noticias que había llamado la atención a la llegada a la Residencia, había sido, que dos o tres estudiantes se habían ido de regreso a sus países sin dar el examen final que los acreditaría como licenciados, egresados de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Habían hecho todas las materias. Habían presentado la tesina que los facultaba para el examen final, pero no se habían atrevido a dar esa prueba de fuego. Se trataba de una escalada en sumatoria: primero había que dar la puntuación suficiente en todas las materias, que le abrían las puertas para realizar el trabajo de investigación escrita (tesina). Después, en la suma positiva de esos dos escalones superados, se aspiraba legalmente a dar el tercer y definitivo paso, que era pasar por cuarenta y cinco minutos por tres profesores, en turno de quince minutos con cada uno. Esos tres profesores podían evaluar sobre cualquier tema de la teología, a pesar de que fueran especialistas en una en particular. Pero se abrigaba la esperanza de que el examen fuera su materia, de manera específica. Sólo dos o tres días antes del examen final se sabía la tanda de los tres evaluadores que le corresponderían a cada alumno, la hora, la fecha y el número de salón. Esperar esa información era una tortura.
La noticia de los que no habían dado el examen final había sido una noticia bomba. Algunos consideraban que habían ido a perder el tiempo, porque no habría un diploma o algo que los acreditara. Otros los consideraban como faltos de seriedad. Pero había que experimentar lo que eso significaba, y eso era un elemento más que se sumaba a la tan dicha y citada “experiencia romana”. Había que pasar por la presión de esos trances para saborear lo amargo de esas etapas.
La otra posibilidad de tema para la tesina que diera opción a la licenciatura era la afirmación del Evangelio de San Lucas 2, 52, donde el evangelista apuntaba, que Jesús “Crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”, después del acontecimiento del niño perdido y hallado en el templo. Ese tema había sido de mucha discusión en los tiempos de Seminario, y no se había quedado nada claro respecto a la afirmación y revelación del evangelista. Esa afirmación daba para tener mucha tela que cortar.
Ante esa afirmación del evangelista se cuestionaban muchas cosas sobre el conocimiento que pudiese tener Jesús sobre su misión. ¿Tenía, Jesús, conocimiento de su misión y de su muerte en cruz? ¿Sabía Jesús que tenía que morir en la cruz? ¿Cómo habría que ver la cruz y la muerte en ella, en la perspectiva de la vida de Jesús? ¿Al decir del evangelista, que “Crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”, significaría que ese crecimiento implicaba también una toma de conciencia en el tiempo, de su misión, sobre todo, de su muerte en cruz? ¿Había en esa afirmación una separación de la naturaleza humana y de la naturaleza divina; o por el contrario, también eso suponía un crecimiento de su condición divina? Más aun, ¿sabía Jesús de Nazaret de su filiación divina, o se fue dando cuenta de ello en el transcurso de los años, por eso el evangelista estaba diciendo que “crecía”?
Muchos eran los cuestionamientos ante la sentencia de San Lucas. En el Seminario no se había quedado claro. De manera, que estudiar y profundizar ese punto se presentaba como obligación teológica. Había que hacerlo. Había que aclararlo.
Esa nueva posibilidad se mostraba atractiva.
Ya el tema de la imagen de Cristo que se transmitían en las películas estaba descartado. No había material bibliográfico que ayudara a sustentar un estudio, por lo menos, para una tesina de licenciatura. Se perfilaba como un tema propio para una tesis de doctorado, en el sentido de que se podría hacer un gran aporte y un gran descubrimiento para la comprensión que se pueda tener a nivel masivo de un Cristo determinado. En eso consistía la diferencia entre la licenciatura y el doctorado. Para la licenciatura había que hacer una disertación sobre un tema específico, sobre todo, mostrar el manejo de las herramientas bibliográficas existentes y señalar una particularidad, sin ahondar demasiado; mientras que el doctorado era, y es, sobre un aporte nuevo y único en el vasto mundo del saber teológico, que abriera nuevos horizontes y puntos de vistas, no estudiados antes. Quizás ese tema era para un doctorado.
Una vez descartado el tema, había que escoger otro. Y el punto de la conciencia de la filiación divina de Jesús de Nazaret, y del conocimiento de su misión en su muerte en cruz, era un tema fascinante.
Había que tener en consideración que esa posibilidad quedaba abierta, mucho más porque el texto de estudio que se había utilizado en el Seminario, que era la cristología de Christian Duquoc, dejaba grandes lagunas al respecto.
Ya con las ideas, más o menos claras, se escogió a Jean Galot, entonces, para la asesoría de la licenciatura.
Una vez que el tutor había aceptado, se le planteó el tema. Su respuesta fue que el tema era muy complicado. Que se podía caer en grandes confusiones. Que era mejor que se escogiera otro tema.
Esa doble respuesta abría más la confusión. Por un lado, aceptaba; pero, por otro, sugería otro tema cualquiera. Volver a Jacques Dupuis, no cabía ni como pensamiento; aunque, viendo la apertura de su cristología, tal vez, hubiese aceptado el tema por ser un tema propio para abrir brecha y camino. Pero, era mejor quedarse con la idea de que la nieve ya no era tan blanca ni tan bonita, por lo menos en las ventanas del salón de esa mañana terrible.

No había otra que cambiar el tema. Había que buscarlo y precisarlo. Después proponerlo y esperar lo que Dios quisiera, como se dice.

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