Las palabras y
hechos de Jesús
El trabajo escrito que el primer
profesor había asignado y que había dado los resultados inmediatos, que ya
tenemos dicho, habían dejado su aguijón para hacer que con el tiempo, se
volviera sobre esas ideas, ya no tanto, para cumplir un trabajo académico y de
rutina, sino para satisfacer una necesidad de llenar lo que estaba pendiente en
la experiencia del encuentro con el Jesús histórico. Se trataba de una empresa
de gran envergadura y de importancia, pues se trataba de saber con exactitud, o
por lo menos intentarlo, de saber con precisión cuáles habían y han sido las
palabras de Jesús, y que aparecen en los Evangelios. Los peritos y expertos en
esa materia llamaban esa colección de palabras de Jesús, “ipsissima verba Iesu”.
Todo estaba pendiente en esa
precisión. El trabajo era más que importante y por de más de complicado. Un mes
de estudio para los tiempos de Seminario Mayor, sin duda, que era muy poco.
Además de no contar en ese tiempo de suficiente bibliografía, ni en la
biblioteca del Seminario, ni a nivel personal; sin negar, por supuesto, que no
se tenía la asesoría intelectual para marcar un método de estudio, ni las bases
fundamentales de una solidez en los parámetros para seguir una investigación
seria, como lo requería y requiere la materia en cuestión.
Se trataba, nada más y nada menos, de saber cuáles fueron las palabras
de Jesús, con exactitud. Eso significaba colocar algunos puntos precisos para
poder comenzar todo posible estudio, como el de distinguir lo que es
elaboración del autor de cada Evangelio, y lo que es histórico en el caso de
considerar los Evangelios como una biografía en el sentido histórico de Jesús.
Ya comprender que esas dos verdades en los Evangelios eran una necesidad en un
estudio histórico de cada libro, era ya saber mucho. Tal vez, como para
escandalizarse; pero, era una precisión en las fronteras de saber los terrenos
que se iban a pisar. Tarea nada fácil, y mucho en lo complicada.
Muchos autores ya habían indagado al respecto. Larga es la lista. Desde
un Reimarus, pasando por un R. Bultman, hasta un Barth. Sólo digamos que se
resumen en los varios intentos que se han hecho en esta materia. La Primera Investigación sobre el Jesús histórico, iniciada en 1777; después la Segunda investigación sobre Jesús, comenzada en
el año 1953; y, la Tercera investigación sobre el Jesús histórico,
iniciada, más o menos hacia el año 1989. Muchos elementos históricos han
llevado a esos intentos de aproximación. En el primer caso, la imagen que se
tenía, o que se pretendía tener, era la de un Jesús que buscaba liberarse de la
opresión en claro enfrentamiento al sistema de burguesía, en el que Jesús, era
visto de forma apocalíptica, representaba la instauración del Reino de Dios, lo
que suponía una clara connotación social y política. En la segunda etapa,
después de la Segunda
Guerra Mundial, otros volvieron sobre la importancia y la
necesidad de llegar al Jesús histórico, y aplicaron la metodología del estudio de las fuentes, para discernir
lo que era elaboración teológica de cada evangelista, de lo que era
históricamente comprobable, como dicho y hecho por Jesús. Se generó en esta
segunda etapa una especie de optimismo liberal y de posiciones conservadoras
respecto a los nuevos hallazgos, marcados y delineados por la metodología en la
investigación. Era, por de más conocida, la aplicación de las dos fuentes: la
fuente Q (o quelle) y la fuente de Marcos. Marcos era la más importante. De ese
tiempo se debe la presentación de los Evangelios de forma comparada, gracias a
J. Griesbach, quien fuera el primero en publicar los evangelios sinópticos en
paralelo, facilitando el estudio de los Evangelios.
El problema o la motivación principal era poder precisar lo histórico
por un lado, en el caso de Jesús, según los Evangelios, sobre todo del
Evangelio de San Marcos, y por otro, la proclamación de la fe en Cristo.
Precisar y diferenciar para poder llegar propiamente a la persona de Jesús, sin
que tuviera nada que ver con la
Iglesia o con dogmas. Esa era la meta. Se utilizó, entonces,
el método de la “desemejanza” para
buscar la manera de comparar con el judaísmo, por un lado, y el cristianismo
primitivo, por el otro, y precisar sus respectivas influencias, para precisar
que esas determinadas especificidades ya no eran de Jesús, sino elaboraciones
de una u otra sociedad. De allí que se buscaba lo que fuese propiamente
“jesusiano”; es decir, de Jesús y de su movimiento. Pero produjo a un Jesús sin
ninguna relación, ni con el judaísmo ni con la Iglesia primitiva. Era un
Jesús sin ninguna idiosincrasia y sin ninguna raíz social ni de familia.
Los resultados que se recogieron en esa tentativa es que no se puede
separar la predicación sobre Cristo, como proclamación de fe, en los
Evangelios. Kerygma o anuncio era lo mismo que hablar de Jesús. El Jesús
histórico estaba de fondo, porque lo primordial era la experiencia de fe en el
Cristo.
Es grande el avance en esa búsqueda. Pero son muchas las limitaciones
que, sin embargo, han llevado a comprender que, a pesar de que la investigación
sobre Jesús representa un ejemplo de ecumenismo práctico y eficaz (de allí que
sea multidisciplinario, y del que es ejemplo la Biblia de Jerusalén,
edición en francés por les Edition du Cerf, París, 1973), llevado a cabo con
respeto mutuo y pasión por la verdad. Ha arrojado como resultado, por otra
parte, el que no se puede hacer una aproximación a Jesús al margen de los
Evangelios, las fuentes documentales más ricas y consistentes, ni al margen de
la comunidad cristiana primitiva, donde, precisamente, han surgido los textos
evangélicos. Esas conclusiones son fundamentales para cualquier intento de
aproximación, a pesar de toda la efervescencia que ha habido en este intento.
La clave de interpretación está estrechamente relacionada con la experiencia de
la primera comunidad cristiana, que no está buscando rehacer la historia de
Jesús, sino de comunicar que Él es Señor de vivos y muertos. A partir de esa
experiencia transmitida con entusiasmo, en la resurrección de Jesús después de
su muerte en cruz, hace que la historia de Jesús pase a ser inseparable de la
vida y la fe de los primeros cristianos. Un caso claro, que sirve como ejemplo,
es el relato de la Pasión
en el Evangelio de San Juan (capítulos 18-19), cuando su autor dice, que “el que vio esto lo atestigua: su testimonio
es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean”.
Eso en el caso de los Evangelios, y muy en concreto, en el Evangelio de San
Juan. Porque es insistente esa experiencia en otras fuentes, como en la misma
experiencia de fe en el caso de San Pablo, si nos detenemos, por ejemplo en la Primera Carta a los
Corintios 15, 1-11.
Los Evangelios fueron escritos desde la experiencia de fe en el
Resucitado. Ese es el punto de partida y el punto de llegada. Precisar algunas
otras experiencias, como solamente la biográfica, en el sentido estricto de una
concepción netamente histórica, hace casi imposible todo intento de
diferenciarlo de la fe.
Ciertamente, eso es un gran abismo. Pero no por ello, nos tiene que
alejar de la seriedad que significa el acercarnos al Jesús histórico, que tiene
que ser importante y necesario, sin deslindar de ese dato el de la fe en Él. La
fe lo exige, ya que “si la historia, lo
fáctico, forma parte esencial de la fe cristiana, ésta debe afrontar el método
histórico” (Joseph Ratzinger (Papa Benedicto XVI), Jesús de Nazaret… , p
11).
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