viernes, 8 de abril de 2016

El otro profesor... (El Cristo que he buscado)...

El otro profesor


No es suficiente tener buena voluntad para querer ser profesor. Hay que reunir los requisitos mínimos para en verdad serlo. Para empezar hay que tener los conocimientos, además de la buena voluntad de querer impartir tal o cual enseñanza. Pero para dar hay que recibir y tener material que dar, lo que significa que hay que especializarse en lo que se quiera transmitir. Un verdadero profesor no se improvisa. Al contrario, se prepara y se madura en su respectivo tiempo de preparación, para lo que se requiere tiempo. Todos hemos tenido esa experiencia de profesores en su verdadero sentido, y otros, que hace la confirmación de la regla, como se dijo.
El otro profesor, y que reunía todos los elementos, también era especialista en Sagradas Escrituras. Iba de otra ciudad, donde enseñaba. Como no podía permanecer como profesor ordinario del Seminario compartía su tiempo de académico de manera intensiva, por unos dos meses con nosotros, sus otros alumnos de teología, y, entonces, no era otra la materia o curso que se veía en ese espacio de tiempo. Un mes antes mandaba la lista de la bibliografía que había que consultar, y teníamos que hacer el trabajo de lectura y de consulta antes de que llegara a las aulas. De manera que cuando venía ya había terreno abonado al respecto.
Su metodología en el aula consistía en la búsqueda por medio de la relación. Tampoco se trataba de ejercitar la memoria, sino de practicar el método de la relación, para lo que era necesario tener y poseer la Biblia correspondiente de estudio que diera las pautas para un estudio con bases serias de investigación. Esta edición tenía que ser la Biblia de Jerusalén que era la que mejor prestaba esas características para la investigación. Y eso porque la misma Biblia, como fruto de un trabajo conjunto de grandes biblistas y exégetas, recogía los últimos aportes de los estudios de los mejores y actualizadas investigaciones, desde la arqueología y los grandes adelantos y comprensiones lingüísticas de los tiempos de cada libro en concreto. Se estaba avanzando mucho en ese sentido, y los exégetas cada vez hacían grandes adelantos comprensivos, sobre todo, porque se estaba aplicando el método alemán de estudio de investigación llamado “Sitz im Leben”, con el que se le estaba dando mucha importancia a la investigación histórica, para poder juntar teología y Biblia y llegar a una más aproximada comprensión de los textos sagrados, sobre todo de los Evangelios. Ello requería y requiere, como es lógico, un estudio de los tiempos históricos, tanto de la redacción de cada texto en concreto, como del contenido como tal del texto. Había que comprender y ubicarse en cada tiempo; es decir, en la historia y ubicación de la historia concreta del texto, por un lado, como del autor o autores del libro del Evangelio que se iba a estudiar. Y eso era lo que quería decir “Sitz im Leben”, como rigurosidad científica, y como aplicación seria de todo intento de comprensión. Había y hay que ubicarse en “el lugar, tiempo y espacio”, de cada texto para comprender su riqueza.
La Biblia Latinoamericana era una muestra de esos grandes adelantos, porque se trataba también de “ver, juzgar y actuar”, y de aplicar a tiempos actuales, distintos de los de la antigüedad, cuando los textos habían sido escritos, pero con la constante y permanente vigencia de la Palabra de Dios, actual para todos los tiempos. De hecho, este profesor que iba de otra ciudad, había tenido el encargo de hacer una traducción y una aplicación actualizada de la carta a los Romanos, precisamente para esa edición de la Biblia Latinoamericana de entonces, que había tenido sus grandes aciertos, pero que había traído sus grandes inconvenientes, pues no se podía aplicar un determinado término o uso para todos los países de manera generalizada, ya que en cada uno en particular esa expresión podría significar otra cosa o realidad; lo que llevaba a divergencias, como había sucedido con una palabra que este profesor y su equipo de trabajo (que por lo general eran alumnos suyos) en esa adaptación de la carta a los Romanos. Eso implicaba hacer no una Biblia Latinoamericana, muy justo y válido en su intención, sino una Biblia para cada país (los obispos argentinos hacían una nota editorial a esa edición de la Biblia); y, aún más, una Biblia para cada región de cada país, por tener variedad de palabras y significados, una región distinta de otra. Más que necesario y trabajosa esa empresa.
Se estaba en un momento histórico de transición, sobre todo para América Latina. Los obispos latinoamericanos ya habían convocado y comprendido tres grandes movimientos en su necesidad de aplicar las directrices del Concilio Vaticano II, en las novedosas conferencias de Río de Janeiro, Medellín, y Puebla; con gran impacto social y de necesidad de cambio de la conferencia de Puebla, de la que se hacían talleres de estudio para aplicar el triple método del “ver, juzgar y actuar” que se propugnaba en el Documento de mismo nombre. Algunos veían en la aplicación de ese novedoso y necesario método una gran relación y conexión con la Teología de la Liberación, sobre todo con el texto de Gustavo Gutiérrez, en la que se rasgaba el velo de la realidad social latinoamericana para gritar a voces de revolucionario (no siendo el único, por supuesto) que América Latina era distinta a la Europa cristianizada, y que era necesario comprender las diferencias de continente a continente; se llegaba a la cruel división de varios mundos, el primero, representado en la Europa industrializada y en los de gran crecimiento económico y social; y no había segundos mundos, sino, de un solo salto, se pasaba al tercer mundo, de los que eran América Latina, y el África. Se gritaba las diferencias y se exigía que el cristianismo no era una europeización de Latinoamérica, como había sucedido, sino de “ver” la realidad de pobreza, fruto de la gran injusticia social, y que el documento de Puebla llamaba como “pecado social” y estructura latinoamericana, como estructura de pecado; de “juzgar” con los criterios del Evangelio, que habría de ser liberador (de allí, la teología que se hacía llamar de la liberación), para “actuar” y generar el cambio que la sociedad requería, porque el Evangelio y su práctica radical exigía un cambio del rumbo de la historia con el gran compromiso y la famosa opción por los pobres. Esto se cantaba, se rezaba, se proclamaba, se hacía bandera de acción, se hacía lema y meta pastoral, ya fuera del ámbito eclesial, como dentro de él; y se llevaba, inevitablemente, a la frontera de las posturas como clichés que distanciaban o acercaban, para marcar o desmarcar a los posibles peligrosos de los que se resguardaban en la firmeza de la seguridad de una verdad social que a todas-todas estaba en ebullición e inevitable evolución.
A nivel de algunos de la jerarquía de la Iglesia esta realidad daba algo de incomodidad. Se dejaba atrás el sonido solemne y majestuoso del órgano de tubo que le daban a las ceremonias litúrgicas una solemnidad y recogimiento sobrecogedores, y se pasaba al uso y sonido de las temidas y escandalosas cuerdas de la guitarra para amenizar los encuentros eucarísticos, al punto de algunos llegar a considerar que la guitarra era profana y demasiado mundano; y al extremo de componer canciones con un alto grado de compromiso social, por lo menos en las letras, aunque no fuese en el compromiso propiamente dicho; y se llegaba, igualmente, a considerar grandes divisiones hasta en la manera del formulario de celebrar la misa, en donde “el vosotros” de la liturgia era cambiado por “el ustedes”; y el uso de uno o de otro, hacía crear grandes tensiones generando recelos y desconfianzas, como si se tratara esas diferencias de fidelidad al hecho del misterio mismo de la Salvación. Hasta se había hecho toda una “misa latinoamericana” o “misa campesina”, como se le llamaba por entonces, con su famosa canción de “el credo latinoamericano” (Creo en voz, constructor del pensamiento; de la música y el viento, de la paz y del amor; Creo en vos, Arquitecto, Ingeniero, Artesano, Carpintero...), sin dejar de lado los otros cantos litúrgicos, como el mismo Señor ten piedad, etc.
En ese ambiente sociológico e histórico se desarrollaban las clases de este otro profesor, que con su metodología le hacía llevarse el tristemente calificativo de entonces de ser de la teología de la liberación. Esa clasificación era una tortura que tenía sus consecuencias inmediatas. Pero nada más alejado de la verdad del Evangelio que esa situación vivida por entonces, y en la que como víctima de tal circunstancia histórica, también un pensador de esa teología, Leonardo Boff, proponía un mayor acercamiento al Evangelio de Jesús, lo que implicaba un acercamiento verdadero al Jesús de la historia, y como consecuencia natural, una Iglesia carismática según la diversidad de los dones que el Espíritu concedía y creaba en cada comunidad eclesial, y no tanto una Iglesia-poder, por ser ésta ya anacrónica y desfasada, y muy lejana, incluso del pensamiento paulino, según la carta a los Corintios (12, 12-14.27-31). Por supuesto, que esta manera de presentación le hacían al pensador brasileño vivir una realidad de sufrimiento particular porque, igualmente, tenía que dar razón de su pensamiento en las altas esferas de la defensa del pensamiento de los dogmas y fe de la Iglesia, e, igual, sufrir una tipificación clasista, como resultado de lo novedoso, aparentemente, de sus ideas, siendo victima incluso de una injusticia mayor en una flagrante falta a la caridad que él mismo denuncia en el trato interno de algunos defensores a ultranzas de las ideas sobre el valor máximo de la persona, que es lo que debe prevalecer, por sobre todas las cosas, y no lo contrario. Algunos obispos, a nivel de América Latina eran insignias de esta opción, como el famoso Helder Câmara, en Brasil, en las famosas “favelas” o barrios del Brasil. De hecho, la edición de la Biblia Latinoamericana en su interior tenía una foto de este obispo, como el prototipo y modelo de la opción por los pobres, porque hasta la misma Biblia Latinoamericana era vista como una obra de la teología de la Liberación. A nivel interno de Venezuela, algunos obispos se habían pronunciado y tomado partido en algunas oportunidades, siendo la más sonada la que hacía monseñor Constantino Maradei, en su libro “Justicia para mi pueblo”, en el que cuestionaba un poco algunas posiciones por entonces altamente provocativas, por lo menos a nivel de escritura y libros, porque a nivel práctico el Obispo, por ese entonces de Cumaná, también era conocido por ser “boca floja”, como decían. Esos pronunciamientos llevaban a sufrir las consecuencias inmediatas de una clasificación, y de una marca que los hacían ver como peligrosos y de tendencias marxistas. Épocas ya superadas… eso pareciera…
La metodología de este nuevo profesor consistía en ir a la fuente, que como ya se dijo, que era el texto de la traducción al español del famoso resultado de la Biblia de Jerusalén, fruto de la convergencia científica y exegética actualizada.
Había que leer el texto en cuestión. En el caso de que fuese un texto concreto, como, por ejemplo “la expulsión de los mercaderes del templo”. Había que anotar los detalles que hubiesen llamado la atención, sobre todo los verbos que aparecían en el texto. Había que detenerse en los personajes del texto leído, y precisar qué cosa hacía quién, y en razón de qué, tal o cual personaje, hacía esto o aquello. Insistía mucho en que no había que preguntar si eso que se estaba contando en el texto había sucedido, sino qué podría significar en el pensamiento del autor eso que estaba ahí. Para ello había que tener en cuenta todo el conjunto de ese Evangelio en concreto, y sobre todo, conocer un poco del historial del autor o autores del libro. No se podía interpretar de inmediato el texto que se había entresacado para el estudio, sino que había que relacionar y comparar con muchos otros textos paralelos que aparecían en el mismo apartado, ya sea como nota a pie de página marcado con su respectivo número de capítulo y versículo, o por un asterisco que indicaba que se viera la nota; o, ya por las mismas citas de otros pasajes de la misma Biblia que aparecían en un costado inmediato, ya o a la izquierda o ya a la derecha del texto en cuestión.
Hacía que se leyera el texto en voz alta. Se anotaban las ideas que pudiesen determinar la búsqueda. Asignaba a varios alumnos que buscaran varias citas, que después se leían, igualmente, en voz alta, después de haber hecho insistencia en cualquier idea sobre la que se estaba trabajando del texto leído. Esas citas iban dando pistas e ideas que ayudaban a hacerse una idea mejor y más completa de lo que se estaba leyendo. A algunos nos brillaban los ojos de entusiasmo y otros se ponían más preguntones todavía. A tal o cual pregunta, el profesor indicaba que se viera la nota, o se consultara la cita que aparecía en la cita que se había consultado, porque se iba convirtiendo en un enlace sin fin, ya que de esa cita del versículo tal del capítulo tal del libro tal, se hacía referencia a otras y varias consultas que había que hacer; y esa cita de esa otra cita, y así sin parar porque ésta llevaba a otra, y esa otra a otra, hacían que el tablero de ideas se fuese ampliando en un como circulo de nunca acabar. Eso se llamaba “concordancias”. Ya había, por entonces, una especie de diccionario de concordancias, en donde se encontraban, si no todas, por lo menos muchas de las citas bíblicas que hablaban de la misma idea; como por ejemplo, la palabra “circuncisión”. Si se consultaban todas las referencias, ya se podía tener una idea más clara de lo que se trataba, de manera de práctica y realidad en el pueblo judío, que era, al fin y al cabo, de lo que se trataba de comprender, para poder, con ello, igualmente, sorprenderse del contexto en el Evangelio.
Eso, y mucho más, hacía que nos embelesáramos más de lo que ya pudiésemos haberlo estado hasta entonces como estudiantes y discípulos del Maestro de maestros; o sea, de Jesús. Daba hechizo y enamoramiento, sustentado en el conocimiento histórico de un pueblo y de un personaje, sobre el que giraba y gira todo el sentido de la vida, como misterio al que es posible acercarse, con todas las limitaciones individuales concretas, como es lógico.
Así, estos dos profesores ayudaban. Daban las herramientas al enseñarnos sus metodologías y formas. De eso se trataba. Por eso eran profesores. Por eso se aprendía con ellos. Nos permitían acercarnos-acercándonos.

Eso generaba ganas de saber y de comprobar. Y una fascinación especial para seguir estudiando al personaje que nunca dejará de ser objeto de estudio, de búsqueda y de encuentro, basado, precisamente en la importancia que tiene para el cristiano la riqueza del hallazgo personalizado del Jesús histórico, para hacer más creíble y bellamente formada la fe del que cree en Él, y ama y se aferra para mantenerse en la fidelidad de su mensaje, que es Salvación, ayer, hoy y siempre.

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