El otro profesor
No es suficiente tener buena voluntad para querer ser profesor. Hay que
reunir los requisitos mínimos para en verdad serlo. Para empezar hay que tener
los conocimientos, además de la buena voluntad de querer impartir tal o cual
enseñanza. Pero para dar hay que recibir y tener material que dar, lo que
significa que hay que especializarse en lo que se quiera transmitir. Un
verdadero profesor no se improvisa. Al contrario, se prepara y se madura en su
respectivo tiempo de preparación, para lo que se requiere tiempo. Todos hemos
tenido esa experiencia de profesores en su verdadero sentido, y otros, que hace
la confirmación de la regla, como se dijo.
El otro profesor, y que reunía todos los elementos, también era
especialista en Sagradas Escrituras. Iba de otra ciudad, donde enseñaba. Como no
podía permanecer como profesor ordinario del Seminario compartía su tiempo de
académico de manera intensiva, por unos dos meses con nosotros, sus otros
alumnos de teología, y, entonces, no era otra la materia o curso que se veía en
ese espacio de tiempo. Un mes antes mandaba la lista de la bibliografía que
había que consultar, y teníamos que hacer el trabajo de lectura y de consulta
antes de que llegara a las aulas. De manera que cuando venía ya había terreno
abonado al respecto.
Su metodología en el aula consistía en la búsqueda por medio de la
relación. Tampoco se trataba de ejercitar la memoria, sino de practicar el
método de la relación, para lo que era necesario tener y poseer la Biblia correspondiente de
estudio que diera las pautas para un estudio con bases serias de investigación.
Esta edición tenía que ser la
Biblia de Jerusalén que era la que mejor prestaba esas
características para la investigación. Y eso porque la misma Biblia, como fruto
de un trabajo conjunto de grandes biblistas y exégetas, recogía los últimos
aportes de los estudios de los mejores y actualizadas investigaciones, desde la
arqueología y los grandes adelantos y comprensiones lingüísticas de los tiempos
de cada libro en concreto. Se estaba avanzando mucho en ese sentido, y los exégetas
cada vez hacían grandes adelantos comprensivos, sobre todo, porque se estaba
aplicando el método alemán de estudio de investigación llamado “Sitz im Leben”, con el
que se le estaba dando mucha importancia a la investigación histórica, para
poder juntar teología y Biblia y llegar a una más aproximada comprensión de los
textos sagrados, sobre todo de los Evangelios. Ello requería y requiere, como
es lógico, un estudio de los tiempos históricos, tanto de la redacción de cada
texto en concreto, como del contenido como tal del texto. Había que comprender
y ubicarse en cada tiempo; es decir, en la historia y ubicación de la historia
concreta del texto, por un lado, como del autor o autores del libro del
Evangelio que se iba a estudiar. Y eso era lo que quería decir “Sitz im Leben”,
como rigurosidad científica, y como aplicación seria de todo intento de
comprensión. Había y hay que ubicarse en “el lugar, tiempo y espacio”, de cada
texto para comprender su riqueza.
Se estaba en un momento histórico de transición, sobre todo para América
Latina. Los obispos latinoamericanos ya habían convocado y comprendido tres
grandes movimientos en su necesidad de aplicar las directrices del Concilio
Vaticano II, en las novedosas conferencias de Río de Janeiro, Medellín, y
Puebla; con gran impacto social y de necesidad de cambio de la conferencia de
Puebla, de la que se hacían talleres de estudio para aplicar el triple método
del “ver, juzgar y actuar” que se
propugnaba en el Documento de mismo nombre. Algunos veían en la aplicación de
ese novedoso y necesario método una gran relación y conexión con la Teología de la Liberación , sobre todo
con el texto de Gustavo Gutiérrez, en la que se rasgaba el velo de la realidad
social latinoamericana para gritar a voces de revolucionario (no siendo el
único, por supuesto) que América Latina era distinta a la Europa cristianizada, y que
era necesario comprender las diferencias de continente a continente; se llegaba
a la cruel división de varios mundos, el primero, representado en la Europa industrializada y en
los de gran crecimiento económico y social; y no había segundos mundos, sino,
de un solo salto, se pasaba al tercer mundo, de los que eran América Latina, y
el África. Se gritaba las diferencias y se exigía que el cristianismo no era
una europeización de Latinoamérica, como había sucedido, sino de “ver” la realidad de pobreza, fruto de la
gran injusticia social, y que el documento de Puebla llamaba como “pecado
social” y estructura latinoamericana, como estructura de pecado; de “juzgar” con los criterios del Evangelio,
que habría de ser liberador (de allí, la teología que se hacía llamar de la
liberación), para “actuar” y generar
el cambio que la sociedad requería, porque el Evangelio y su práctica radical
exigía un cambio del rumbo de la historia con el gran compromiso y la famosa
opción por los pobres. Esto se cantaba, se rezaba, se proclamaba, se hacía
bandera de acción, se hacía lema y meta pastoral, ya fuera del ámbito eclesial,
como dentro de él; y se llevaba, inevitablemente, a la frontera de las posturas
como clichés que distanciaban o acercaban, para marcar o desmarcar a los
posibles peligrosos de los que se resguardaban en la firmeza de la seguridad de
una verdad social que a todas-todas estaba en ebullición e inevitable
evolución.
A nivel de algunos de la jerarquía de la Iglesia esta realidad daba
algo de incomodidad. Se dejaba atrás el sonido solemne y majestuoso del órgano
de tubo que le daban a las ceremonias litúrgicas una solemnidad y recogimiento
sobrecogedores, y se pasaba al uso y sonido de las temidas y escandalosas
cuerdas de la guitarra para amenizar los encuentros eucarísticos, al punto de
algunos llegar a considerar que la guitarra era profana y demasiado mundano; y
al extremo de componer canciones con un alto grado de compromiso social, por lo
menos en las letras, aunque no fuese en el compromiso propiamente dicho; y se
llegaba, igualmente, a considerar grandes divisiones hasta en la manera del
formulario de celebrar la misa, en donde “el vosotros” de la liturgia era
cambiado por “el ustedes”; y el uso de uno o de otro, hacía crear grandes
tensiones generando recelos y desconfianzas, como si se tratara esas diferencias
de fidelidad al hecho del misterio mismo de la Salvación. Hasta
se había hecho toda una “misa latinoamericana” o “misa campesina”, como se le
llamaba por entonces, con su famosa canción de “el credo latinoamericano” (Creo en voz, constructor del pensamiento;
de la música y el viento, de la paz y del amor; Creo en vos, Arquitecto,
Ingeniero, Artesano, Carpintero...), sin dejar de lado los otros cantos
litúrgicos, como el mismo Señor ten piedad, etc.
En ese ambiente sociológico e histórico se desarrollaban las clases de
este otro profesor, que con su metodología le hacía llevarse el tristemente
calificativo de entonces de ser de la teología de la liberación. Esa
clasificación era una tortura que tenía sus consecuencias inmediatas. Pero nada
más alejado de la verdad del Evangelio que esa situación vivida por entonces, y
en la que como víctima de tal circunstancia histórica, también un pensador de
esa teología, Leonardo Boff, proponía un mayor acercamiento al Evangelio de
Jesús, lo que implicaba un acercamiento verdadero al Jesús de la historia, y
como consecuencia natural, una Iglesia carismática según la diversidad de los
dones que el Espíritu concedía y creaba en cada comunidad eclesial, y no tanto
una Iglesia-poder, por ser ésta ya anacrónica y desfasada, y muy lejana,
incluso del pensamiento paulino, según la carta a los Corintios (12,
12-14.27-31). Por supuesto, que esta manera de presentación le hacían al
pensador brasileño vivir una realidad de sufrimiento particular porque,
igualmente, tenía que dar razón de su pensamiento en las altas esferas de la
defensa del pensamiento de los dogmas y fe de la Iglesia , e, igual, sufrir
una tipificación clasista, como resultado de lo novedoso, aparentemente, de sus
ideas, siendo victima incluso de una injusticia mayor en una flagrante falta a
la caridad que él mismo denuncia en el trato interno de algunos defensores a
ultranzas de las ideas sobre el valor máximo de la persona, que es lo que debe
prevalecer, por sobre todas las cosas, y no lo contrario. Algunos obispos, a
nivel de América Latina eran insignias de esta opción, como el famoso Helder
Câmara, en Brasil, en las famosas “favelas” o barrios del Brasil. De hecho, la
edición de la
Biblia Latinoamericana en su interior tenía una foto de este
obispo, como el prototipo y modelo de la opción por los pobres, porque hasta la
misma Biblia Latinoamericana era vista como una obra de la teología de la Liberación. A nivel
interno de Venezuela, algunos obispos se habían pronunciado y tomado partido en
algunas oportunidades, siendo la más sonada la que hacía monseñor Constantino
Maradei, en su libro “Justicia para mi
pueblo”, en el que cuestionaba un poco algunas posiciones por entonces
altamente provocativas, por lo menos a nivel de escritura y libros, porque a
nivel práctico el Obispo, por ese entonces de Cumaná, también era conocido por ser
“boca floja”, como decían. Esos pronunciamientos llevaban a sufrir las
consecuencias inmediatas de una clasificación, y de una marca que los hacían
ver como peligrosos y de tendencias marxistas. Épocas ya superadas… eso
pareciera…
La metodología de este nuevo profesor consistía en ir a la fuente, que
como ya se dijo, que era el texto de la traducción al español del famoso
resultado de la Biblia
de Jerusalén, fruto de la convergencia científica y exegética actualizada.
Había que leer el texto en cuestión. En el caso de que fuese un texto
concreto, como, por ejemplo “la expulsión de los mercaderes del templo”. Había
que anotar los detalles que hubiesen llamado la atención, sobre todo los verbos
que aparecían en el texto. Había que detenerse en los personajes del texto
leído, y precisar qué cosa hacía quién, y en razón de qué, tal o cual
personaje, hacía esto o aquello. Insistía mucho en que no había que preguntar
si eso que se estaba contando en el texto había sucedido, sino qué podría
significar en el pensamiento del autor eso que estaba ahí. Para ello había que
tener en cuenta todo el conjunto de ese Evangelio en concreto, y sobre todo,
conocer un poco del historial del autor o autores del libro. No se podía
interpretar de inmediato el texto que se había entresacado para el estudio,
sino que había que relacionar y comparar con muchos otros textos paralelos que
aparecían en el mismo apartado, ya sea como nota a pie de página marcado con su
respectivo número de capítulo y versículo, o por un asterisco que indicaba que
se viera la nota; o, ya por las mismas citas de otros pasajes de la misma
Biblia que aparecían en un costado inmediato, ya o a la izquierda o ya a la
derecha del texto en cuestión.
Hacía que se leyera el texto en voz alta. Se anotaban las ideas que
pudiesen determinar la búsqueda. Asignaba a varios alumnos que buscaran varias
citas, que después se leían, igualmente, en voz alta, después de haber hecho
insistencia en cualquier idea sobre la que se estaba trabajando del texto
leído. Esas citas iban dando pistas e ideas que ayudaban a hacerse una idea
mejor y más completa de lo que se estaba leyendo. A algunos nos brillaban los
ojos de entusiasmo y otros se ponían más preguntones todavía. A tal o cual
pregunta, el profesor indicaba que se viera la nota, o se consultara la cita
que aparecía en la cita que se había consultado, porque se iba convirtiendo en
un enlace sin fin, ya que de esa cita del versículo tal del capítulo tal del libro
tal, se hacía referencia a otras y varias consultas que había que hacer; y esa
cita de esa otra cita, y así sin parar porque ésta llevaba a otra, y esa otra a
otra, hacían que el tablero de ideas se fuese ampliando en un como circulo de
nunca acabar. Eso se llamaba “concordancias”. Ya había, por entonces, una
especie de diccionario de concordancias, en donde se encontraban, si no todas,
por lo menos muchas de las citas bíblicas que hablaban de la misma idea; como
por ejemplo, la palabra “circuncisión”. Si se consultaban todas las
referencias, ya se podía tener una idea más clara de lo que se trataba, de
manera de práctica y realidad en el pueblo judío, que era, al fin y al cabo, de
lo que se trataba de comprender, para poder, con ello, igualmente, sorprenderse
del contexto en el Evangelio.
Eso, y mucho más, hacía que nos embelesáramos más de lo que ya
pudiésemos haberlo estado hasta entonces como estudiantes y discípulos del
Maestro de maestros; o sea, de Jesús. Daba hechizo y enamoramiento, sustentado
en el conocimiento histórico de un pueblo y de un personaje, sobre el que
giraba y gira todo el sentido de la vida, como misterio al que es posible
acercarse, con todas las limitaciones individuales concretas, como es lógico.
Así, estos dos profesores ayudaban. Daban las herramientas al enseñarnos
sus metodologías y formas. De eso se trataba. Por eso eran profesores. Por eso
se aprendía con ellos. Nos permitían acercarnos-acercándonos.
Eso generaba ganas de saber y de comprobar. Y una fascinación especial
para seguir estudiando al personaje que nunca dejará de ser objeto de estudio,
de búsqueda y de encuentro, basado, precisamente en la importancia que tiene
para el cristiano la riqueza del hallazgo personalizado del Jesús histórico,
para hacer más creíble y bellamente formada la fe del que cree en Él, y ama y
se aferra para mantenerse en la fidelidad de su mensaje, que es Salvación,
ayer, hoy y siempre.
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