viernes, 8 de abril de 2016

La cristología de Duquoc y su valor... (El Cristo que he buscado)...

La cristología de Duquoc y su valor



De todo lo dicho, se puede resumir, que para Duquoc, la cruz fue un accidente histórico para Jesús. La cruz fue fruto de la libertad de Jesús y de su comportamiento.
A pesar de que el mérito de Duquoc está en no separar la pasión de Jesús de la vida histórica y del acontecimiento de la Resurrección, su debilidad está en no utilizar con suficiencia los datos y la perspectiva del Nuevo Testamento. Pues no se puede hacer una cristología aparte de los datos bíblicos, ya que esos mismos datos, sobre todo los evangelios y especialmente el Evangelio de San Juan, nos refieren la muerte de Cristo con la constante relación al “cumplimiento de su hora”. Datos que muestran el conocimiento que Jesús tenía del valor de su muerte y de su pasión.
Jesús tenía conciencia de su propia persona y de su propia misión. Las cuatro proposiciones de la Comisión Teológica Internacional (1986) recoge esas afirmaciones dogmáticas de la Iglesia. En la primera proposición, dice, que “la vida de Jesús testimonia la conciencia de la propia relación filial al Padre. Jesús tenía conciencia de ser el Hijo de Dios y, en este sentido, de ser el mismo Dios” (Rm. 1, 1-9; 8, 3-15; Fil. 2, 62ss; 2 Cor. 1, 19; Gal. 1, 16; 4-6; Mc. 1, 17; 8, 35-38; 10, 29; 12, 6; 13,31-32; 14, 36; Mt. 5, 22-28; 10,29-37; 11, 25-27; 12, 41; 23, 8; Lc. 11, 2; 12, 8; Jn. 10, 30-38; 20, 17).
En la segunda proposición la misma Comisión, dice, que “Jesús conocía el desarrollo de su misión, que era anunciar el reino de Dios y hacerlo presente en su propia persona, en sus actos y en sus palabras. Jesús se sabía enviado del Padre para servir y dar la vida “por muchos” (Rm 8, 3-15; Gal. 4,4-5; Fil. 2, 7; 2 Cor. 5, 21; 8, 9; Heb. 2, 10; Lc. 4, 43; 12, 49; 19, 10-16; Mc. 1, 35; 2,14-17; 10 45; Mt. 5, 17; 10, 34; 15, 24; Jn. 3, 34; 5, 30-43; 8, 12, 9, 4; 12, 49; 16, 28, etc.…).
En la tercera proposición, dice, que “para realizar su misión salvífica, Jesús ha querido reunir a los hombres en vista del reino y convocarlos en torno a sí. Es necesario afirmar que Jesús ha querido fundar la Iglesia” (1 Tes, 1, 1; 2, 14; 2 Tes. 1,1; Gal. 1, 22; 3, 28; Rm. 8, 2, 8, 10; 16, 16; 1 Cor. 6, 20; 12-27; 2 Cor. 13, 5; Col. 1, 22; 2, 19; Ef. 1, 22; 5, 25-27; 1Ped. 1, 19; Lc. 12, 32; Mc. 1, 17; 2, 19; 3, 3-34; 6, 7; 10,40; 14, 27; Mt. 5, 14-47; 8, 11; 10, 16-25; 13, 24-47; 15, 24; 23, 9; Lc. 10, 1ss; 11, 2-4; 15; 15, 4-7; 22, 19-20; 22, 25ss; Jn. 10, 1-29; 15, 20…).
La conciencia que tenía Jesús de su persona, de su misión, y de fundar la Iglesia (las tres proposiciones anteriores), “implica, de manera misteriosa, el amor de todos los hombres, para que podamos decir: “El Hijo de Dios me ha amado y se ha entregado por mí” (Gal. 2, 20; 1 Cor. 1, 13; 8,11; 15,3; 2 Cor. 5, 14-15… Lc. 6, 21; 8, 2-3…). Esa es la cuarta proposición.
Por otra parte, tres son los errores en el campo de la cristología, según el documento de “Las declaraciones para la salvaguarda de la fe en los misterios de la Encarnación y de la Santísima Trinidad de algunos errores recientes” (1972). El primer error consiste en no admitir como verdad revelada la eternidad de la persona del Hijo de Dios, que es distinta de las personas del Padre y del Espíritu Santo (tres personas divinas, un solo Dios). El segundo error consiste en abandonar la noción de la única persona de Jesucristo, nacida desde los siglos del Padre, según la naturaleza divina, y en el tiempo, de María Virgen, según la naturaleza. El tercer error consiste en rechazar la idea de una naturaleza humana asumida en la persona eterna del Hijo de Dios. Este tercer error afirma que Jesús es una persona humana en la que Dios se revela. Se niega, por consiguiente, que es Dios verdadero y hombre verdadero.
Por otro lado, no se puede olvidar que jamás la Iglesia (la experiencia de los discípulos y de la comunidad cristiana) ha hecho la separación entre el misterio de Cristo y el aspecto de Jesús de Nazaret. Nunca la Iglesia ha presentado la división entre historia y fe. Al contrario, profundizando en esa relación ha enriquecido los dos conceptos de fe y de historia, respectivamente.
Además, no se puede olvidar, ni mucho menos, que la teología es una ciencia de la fe que se funda sobre la revelación. No se puede reducir la teología a una historia, o a una sociología de la historia.
Esa es la crítica que se hace a la cristología de Duquoc. Reduce la vida de Jesús de Nazaret a lo meramente histórico. Así, para Duquoc, la muerte de Jesús es un accidente del que han sacado buen provecho los evangelistas quienes tenían una visión de predicación (kerigma). Niega que la historia de Jesús es parte de los eventos que son la fuente de la historia de la salvación. Además, no queda claro el paso del hecho de la muerte de Jesús y de su resurrección. Pareciera, más bien, que es el hombre el que vence a la muerte, con el descenso de Jesús a los infiernos, sin la ayuda de Dios. Esto es negar el valor de la redención.
Esa misma negación le lleva a Duquoc a no hablar ni de pecado ni de gracia. Lo que lleva a verse la redención más como una auto-redención humana en la persona de Cristo, y no tanto como acción de Dios (como una especie de semipelagianismo). Aunque no se niega que el hombre tiene que contribuir de manera activa y no pasiva, según la fe de la Iglesia, al obrar con su libertad a su redención completa, con la gracia de Dios.

Por otro lado, a pesar de que la resurrección de Jesucristo es metahistórica o transhistórica; es decir, fuera del hecho comprobable, no se pueden negar ni desconocer otros aspectos por los que posee un valor histórico, como el testimonio de quienes experimentaron las apariciones del Resucitado, o el dato mismo de el “tercer día”, lo que subraya que fue un hecho ocurrido en el decurso de la historia. Otro elemento es el descubrimiento del sepulcro vacío. 

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