La cristología de
Duquoc y su valor
De todo lo dicho, se puede resumir, que para Duquoc, la cruz fue un
accidente histórico para Jesús. La cruz fue fruto de la libertad de Jesús y de
su comportamiento.
A pesar de que el mérito de Duquoc está en no separar la pasión de Jesús
de la vida histórica y del acontecimiento de la Resurrección , su
debilidad está en no utilizar con suficiencia los datos y la perspectiva del
Nuevo Testamento. Pues no se puede hacer una cristología aparte de los datos
bíblicos, ya que esos mismos datos, sobre todo los evangelios y especialmente
el Evangelio de San Juan, nos refieren la muerte de Cristo con la constante
relación al “cumplimiento de su hora”.
Datos que muestran el conocimiento que Jesús tenía del valor de su muerte y de
su pasión.
Jesús tenía conciencia de su propia persona y de su propia misión. Las
cuatro proposiciones de la Comisión Teológica Internacional (1986) recoge
esas afirmaciones dogmáticas de la Iglesia. En la primera proposición, dice, que “la vida de Jesús testimonia la conciencia de
la propia relación filial al Padre. Jesús tenía conciencia de ser el Hijo de
Dios y, en este sentido, de ser el mismo Dios” (Rm. 1, 1-9; 8, 3-15; Fil.
2, 62ss; 2 Cor. 1, 19; Gal. 1, 16; 4-6; Mc. 1, 17; 8, 35-38; 10, 29; 12, 6;
13,31-32; 14, 36; Mt. 5, 22-28; 10,29-37; 11, 25-27; 12, 41; 23, 8; Lc. 11, 2;
12, 8; Jn. 10, 30-38; 20, 17).
En la segunda proposición la misma Comisión, dice, que “Jesús conocía el desarrollo de su misión,
que era anunciar el reino de Dios y hacerlo presente en su propia persona, en
sus actos y en sus palabras. Jesús se sabía enviado del Padre para servir y dar
la vida “por muchos” (Rm 8,
3-15; Gal. 4,4-5; Fil. 2, 7; 2 Cor. 5, 21; 8, 9; Heb. 2, 10; Lc. 4, 43; 12, 49;
19, 10-16; Mc. 1, 35; 2,14-17; 10 45; Mt. 5, 17; 10, 34; 15, 24; Jn. 3, 34; 5,
30-43; 8, 12, 9, 4; 12, 49; 16, 28, etc.…).
En la tercera proposición, dice, que “para realizar su misión salvífica, Jesús ha querido reunir a los
hombres en vista del reino y convocarlos en torno a sí. Es necesario afirmar
que Jesús ha querido fundar la
Iglesia ” (1 Tes, 1, 1; 2, 14; 2 Tes. 1,1; Gal. 1, 22; 3,
28; Rm. 8, 2, 8, 10; 16, 16; 1 Cor. 6, 20; 12-27; 2 Cor. 13, 5; Col. 1, 22; 2,
19; Ef. 1, 22; 5, 25-27; 1Ped. 1, 19; Lc. 12, 32; Mc. 1, 17; 2, 19; 3, 3-34; 6,
7; 10,40; 14, 27; Mt. 5, 14-47; 8, 11; 10, 16-25; 13, 24-47; 15, 24; 23, 9; Lc.
10, 1ss; 11, 2-4; 15; 15, 4-7; 22, 19-20; 22, 25ss; Jn. 10, 1-29; 15, 20…).
La conciencia que tenía Jesús de su persona, de su misión, y de fundar la Iglesia (las tres
proposiciones anteriores), “implica, de
manera misteriosa, el amor de todos los hombres, para que podamos decir: “El
Hijo de Dios me ha amado y se ha entregado por mí” (Gal. 2, 20; 1 Cor. 1,
13; 8,11; 15,3; 2 Cor. 5, 14-15… Lc. 6, 21; 8, 2-3…). Esa es la cuarta
proposición.
Por otra parte, tres son los errores en el campo de la cristología,
según el documento de “Las declaraciones para
la salvaguarda de la fe en los misterios de la Encarnación y de la Santísima Trinidad
de algunos errores recientes” (1972). El primer error consiste en no
admitir como verdad revelada la eternidad de la persona del Hijo de Dios, que
es distinta de las personas del Padre y del Espíritu Santo (tres personas
divinas, un solo Dios). El segundo error consiste en abandonar la noción de la
única persona de Jesucristo, nacida desde los siglos del Padre, según la
naturaleza divina, y en el tiempo, de María Virgen, según la naturaleza. El
tercer error consiste en rechazar la idea de una naturaleza humana asumida en
la persona eterna del Hijo de Dios. Este tercer error afirma que Jesús es una
persona humana en la que Dios se revela. Se niega, por consiguiente, que es
Dios verdadero y hombre verdadero.
Por otro lado, no se puede olvidar que jamás la Iglesia (la experiencia de
los discípulos y de la comunidad cristiana) ha hecho la separación entre el
misterio de Cristo y el aspecto de Jesús de Nazaret. Nunca la Iglesia ha presentado la
división entre historia y fe. Al contrario, profundizando en esa relación ha
enriquecido los dos conceptos de fe y de historia, respectivamente.
Además, no se puede olvidar, ni mucho menos, que la teología es una
ciencia de la fe que se funda sobre la revelación. No se puede reducir la
teología a una historia, o a una sociología de la historia.
Esa es la crítica que se hace a la cristología de Duquoc. Reduce la vida
de Jesús de Nazaret a lo meramente histórico. Así, para Duquoc, la muerte de
Jesús es un accidente del que han sacado buen provecho los evangelistas quienes
tenían una visión de predicación (kerigma). Niega que la historia de Jesús es
parte de los eventos que son la fuente de la historia de la salvación. Además,
no queda claro el paso del hecho de la muerte de Jesús y de su resurrección.
Pareciera, más bien, que es el hombre el que vence a la muerte, con el descenso
de Jesús a los infiernos, sin la ayuda de Dios. Esto es negar el valor de la
redención.
Esa misma negación le lleva a Duquoc a no hablar ni de pecado ni de
gracia. Lo que lleva a verse la redención más como una auto-redención humana en
la persona de Cristo, y no tanto como acción de Dios (como una especie de semipelagianismo).
Aunque no se niega que el hombre tiene que contribuir de manera activa y no
pasiva, según la fe de la
Iglesia , al obrar con su libertad a su redención completa,
con la gracia de Dios.
Por otro lado, a pesar de que la resurrección de Jesucristo es
metahistórica o transhistórica; es decir, fuera del hecho comprobable, no se
pueden negar ni desconocer otros aspectos por los que posee un valor histórico,
como el testimonio de quienes experimentaron las apariciones del Resucitado, o
el dato mismo de el “tercer día”, lo
que subraya que fue un hecho ocurrido en el decurso de la historia. Otro
elemento es el descubrimiento del sepulcro vacío.
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