El que sabe, sabe…
Todos hemos tenido experiencias de respuestas no complacientes, sobre
todo, a nivel de estudios. En esos momentos no se entienden, y se nos derrumba
el piso. Nos quitan el queso, como en
la moraleja del cuento de Spencer Johnson. Pero el que sabe, sabe.
No se improvisa un buen profesor. Al contrario, se cultiva, se riega, y
se recoge. Si no se ha ni sembrado, ni regado, no se puede recoger. Ya lo dice
el mismo Evangelio que “no se recoge uvas
de los espinos o higos de los abrojos” (Mt. 7, 16). Hay que añadirle, como
es lógico, su gran ingrediente de pedagogía y de vocación para la enseñanza, que
mucho que menos, se improvisa.
Sin duda que sabía mucho el tutor, a pesar de los apuros en que pueda
uno verse en esos momentos. Se comprenden después.
No había de otra. Había que buscar un nuevo tema. Había que pensar. Pero
las cosas estaban fáciles, ya que si no se había quedado claro en el Seminario,
en lo de la sentencia del Evangelista San Lucas (Lc. 2, 52), respecto a lo de
la conciencia de Jesús de su filiación divina, y todo lo que ello implicaba, lo
lógico era, entonces, estudiar al autor que no dejaba claras esas ideas, y con
ello se resolvía la inquietud que estaba pendiente. O sea, matar a la culebra
por la cabeza. Eso era todo. No había elección. Había que volver sobre el
camino andado y volverlo a andar para quedar contentos.
En esos momentos no se veían tan claras las cosas, por supuesto. Ya lo
dice el poeta: “caminante, no hay
caminos. Se hace camino al andar”.
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