viernes, 8 de abril de 2016

El que sabe, sabe…(El Cristo que he buscado)...

El que sabe, sabe…



Todos hemos tenido experiencias de respuestas no complacientes, sobre todo, a nivel de estudios. En esos momentos no se entienden, y se nos derrumba el piso. Nos quitan el queso, como en la moraleja del cuento de Spencer Johnson. Pero el que sabe, sabe.
No se improvisa un buen profesor. Al contrario, se cultiva, se riega, y se recoge. Si no se ha ni sembrado, ni regado, no se puede recoger. Ya lo dice el mismo Evangelio que “no se recoge uvas de los espinos o higos de los abrojos” (Mt. 7, 16). Hay que añadirle, como es lógico, su gran ingrediente de pedagogía y de vocación para la enseñanza, que mucho que menos, se improvisa.
Sin duda que sabía mucho el tutor, a pesar de los apuros en que pueda uno verse en esos momentos. Se comprenden después.
No había de otra. Había que buscar un nuevo tema. Había que pensar. Pero las cosas estaban fáciles, ya que si no se había quedado claro en el Seminario, en lo de la sentencia del Evangelista San Lucas (Lc. 2, 52), respecto a lo de la conciencia de Jesús de su filiación divina, y todo lo que ello implicaba, lo lógico era, entonces, estudiar al autor que no dejaba claras esas ideas, y con ello se resolvía la inquietud que estaba pendiente. O sea, matar a la culebra por la cabeza. Eso era todo. No había elección. Había que volver sobre el camino andado y volverlo a andar para quedar contentos.

En esos momentos no se veían tan claras las cosas, por supuesto. Ya lo dice el poeta: “caminante, no hay caminos. Se hace camino al andar”.

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