La cruz
(Christian Duquoc)
Jesús es procesado como consecuencia de su palabra, según Duquoc.
La cruz corre el peligro de ocultar quién es el crucificado. En ese
sentido, se le da más importancia a la cruz y a la crucifixión, que al mismo
crucificado. La crucifixión es producto de la historia de Jesús, en todo caso
de nuestra historia en referencia a cada uno en su vida, y no un producto de
Dios. La cruz no es una condenación divina.
Los evangelios no hablan de la cruz, sino del crucificado. Es importante
renunciar a la cruz para fijarnos en el crucificado. Los evangelios son una
interpretación teológica, y no son ni meditaciones ni reportajes. Los
evangelios son una predicación (kerigma). La clave de esa interpretación es la
debilidad de Jesús, que es de lo que se valen los judíos para denunciarlo,
precisamente, porque los judíos están avergonzados de tener un mesías que no
entra dentro de sus esperanzas.
El evangelista San Lucas expresa esa decepción en el detalle de los dos
ladrones junto a Jesús, en el que uno de los malhechores confiesa
indirectamente la mesianidad de Jesús. Expresa los sentimientos que la gente
había tenido de Jesús: “¿No eres tú el
Cristo? Pues sálvate a ti y a nosotros” (Lc. 23, 39). Y al no bajar, a
pesar de todo los títulos que se le atribuirían (Mt. 27, 42), los jefes
triunfan, a pesar de que no esperaban nada de él, y a pesar de que el pueblo lo
había considerado mesías y lo había proclamado rey.
La misma Ley lo condena, según el Evangelio de San Juan 19,7, ya que,
los judíos tenían una ley, y “según esa
ley debe morir, porque se tiene por hijo de Dios”, ya que se le demuestra
la falsedad de sus pretensiones mesiánicas. Es el triunfo de la ley sobre el
mismo Jesús, ya que ha pisoteado la ley, y así queda intacta la ley en su
aplicación. Y esa es la voluntad de Dios que se expresa en la ley.
Al no realizarse el milagro, Jesús, es un blasfemo. Mucho más en vías de
la liberación del pueblo. La solución para Jesús era bajar de la cruz.
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