Cristo provocó su
muerte
(Christian Duquoc)
Estamos llegando a donde íbamos.
Se trata de comprender y de precisar la pasión de Jesús de Nazaret, que
es el Cristo, el Redentor. Porque no se puede desligar de ese hecho histórico
(el de su muerte), el de la fe, sin el que no se puede interpretar la persona
de Jesús (en sus dos naturalezas).
Teniendo en cuenta ese principio y fundamento del dogma de la Iglesia , puede someterse
todo posible estudio a un análisis.
Esto nos lleva a cuestionarnos y preguntarnos sobre el hecho del proceso
de la pasión de Jesús. ¿Qué lo llevó hasta ese momento de su sentencia y juicio
históricos, “en tiempos de Poncio
Pilatos”, como dice el Credo? ¿Fue su mensaje y su conducta los que le
provocaron su arresto, su sentencia, y su ejecución? ¿Fue casual, o por
coincidencia, o por circunstancias de su palabra y mensaje? ¿Pudo Jesús
acomodarse a la conveniencia del momento para evitar todo el proceso por el que
pasó, y así, no morir en la cruz? ¿Por qué Jesús no huyó, o por lo menos,
evitar ir a Jerusalén, y así, no pasar por lo que pasó, hasta morir en la cruz?
¿Jesús mismo provocó todo, para que todo lo condujera a la cruz? ¿Por qué no
buscó un castigo menor, como un encarcelamiento por unos días o unas semanas, y
no llegar al extremo de la pena capital de entonces, que era la muerte en cruz?
¿Por qué, precisamente, la cruz?
Ante estos planteamientos, Christian Duquoc, sostiene en su cristología
que hay que ver la muerte de Cristo en su radicalidad histórica. La muerte de
Jesús de Nazaret es el resultado de un fracaso social, y es de carácter
absurdo. Hay que darle la debida importancia histórica. No se puede quitar al
misterio de la redención la importancia del acontecimiento histórico de su
pasión, sobre todo, porque muchos cristianos no ven la muerte de Jesús, como
verdaderamente humana, sino como un gran contenido de prestigio o de poder. Ver
la muerte de Jesús de esta manera es arruinar el sentido de su pasión y muerte.
Hay que quitarle a la muerte de Jesús su categoría teológica, y hay que
darle su valor e importancia histórica. Si no se hace así no se comprende el
proceso de la redención. Lo importante de Jesús es que es auténticamente
humano, y gracias a esa autenticidad es que Jesús es el revelador. Y este es el
principio que debe organizar y comprender toda la cristología. En ese sentido,
la muerte de Jesús obedece a un acontecimiento provocado naturalmente por la
misma acción de Jesús.
Es la misma libertad de Jesús que lo conduce a la situación de la
condenación. Y no puede verse libre de ella. La ocasión la proporcionó el
episodio de los mercaderes echados del templo (Lc. 19, 45-48). Eso lo lleva a
un proceso lógico antes las autoridades judías, pues Jesús se había dirigido
contra la religión judía, que promovía entre otras cosas el respeto y el amor
por el templo. Se le suma a ese hecho, el mensaje provocativo de las
Bienaventuranzas, que pasaba del plano de la conversión privada para adquirir
un carácter público, poniendo con ello en peligro las bases de la sociedad
judía. Eso mismo llevaba a la exigencia de un veredicto público de condenación,
como lo exigía el mismo Jesús, en forma provocativa, según el Evangelio de San
Juan 18, 20-21: “He hablado abiertamente
ante todo el mundo; he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se
reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a ocultas. ¿Por qué me preguntas?
Pregunta a los que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he
hecho”. Es una clara provocación por parte de Jesús.
Así, Jesús, por la publicidad de su palabra, por la seducción que
ejercía sobre el pueblo, era una fuerza dentro del juego social. Era peligroso.
Duquoc ve en esos datos la crítica de la religión por parte de Jesús dentro de
la misma lógica de la provocación profética; mientras que la acusación y el
juicio ante un tribunal civil, lo ve, como un accidente histórico, un suceso
sin ninguna importancia. Y aquí está la clave de los evangelios, según Duquoc,
ya que lo que cuentan sus autores solo tiene un objetivo de predicación y de
profesión de fe; es decir, tiene un objetivo teológico. Ya que, según los
evangelios, al acusársele a Jesús de declararse rey (que es de instancia
política), y Jesús, al deshacerse de esa realeza, está resaltando la otra
realeza que está en el testimonio de la verdad. Así, Jesús no es políticamente
peligroso.
Entonces, desde esa interpretación, Duquoc ve que los evangelios son
realistas. Su insistencia está en la dinámica del mundo dejado en sus propias
manos. Es decir, un mundo que sigue su propia lógica, que no tiende a
justificar al inocente, sino a ejecutarlo. Desde esa visión, Jesús se ve
obligado a enfrentarse con la muerte y a experimentar el fracaso de su palabra,
y con la ineficacia de su libertad y de su amor. Y ese es el misterio de la
cruz.
Es cuando la compasión se presenta como la misma tentación, ya que esa
compasión no permitiría la plena revelación de Dios, pues no le dejaría ningún
lugar a la “libertad”, y degradaría
la relación filial y amorosa que pretendía la alianza, para convertirla en
sumisión del esclavo al señor. Jesús se da cuenta que su mesianismo pierde su
eficacia inmediata, pues convertiría en “quietud
beatífica” lo que tiene que ser una conquista cotidiana. Esa es la
tentación a la que se ve sometido Jesús. Al rechazar la compasión defrauda las
esperanzas del pueblo, ya que parece como si huyera al rehusar hacer un milagro
que lo sacara de ese aprieto en que se hallaba, que era la de instaurar un
paraíso; es decir, de un sueño mesiánico de la abundancia, que sería, entonces,
un desprecio del hombre, al quitarle la tarea que tiene que tener de
enfrentarse a su propia historia. La responsabilidad sería de Dios, y no del
hombre. Como una especie de destino y de determinismo, al colocar en manos de
Dios todo lo que le sucede al hombre. Esa manera le quitaría al hombre su
responsabilidad ante su propia historia, ante su día a día. Esa es la tentación
a la que se ve sometido Jesús. Pero, su historia es su historia, con su
utilización de la libertad, porque sus palabras y su actividad lo han llevado
hasta ese momento. Es suya la responsabilidad y es responsable de sus actos. Y
en esa experiencia y momento es cuando se establecen las relaciones entre Dios
y los hombres. Así es lo que quiere Dios, que el hombre se haga responsable de
sus actos y de su historia, y Dios no se mete porque es su historia. Al no
intervenir le deja al hombre, en este caso a Jesús, en su libertad. No es una
conducción de Dios. Es una historia del hombre consigo mismo y en su
responsabilidad y en su uso pleno de su libertad. También en Jesús.
Pero con calma, que la cosa continúa.
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